EL CONDE ESTRUCH: ¿EL VAMPIRO CATALÁN?
Es sabido que Bram Stoker para su novela “Drácula”, editada en 1897, se basó en varias leyendas y en el personaje histórico de Vlad Tepes el “Empalador”, un príncipe de Valaquia del siglo XV que fue muy sanguinario con sus enemigos otomanos. La novela gótica hasta entonces, iniciada por Horace Walpole con el “Castillo de Otranto” (1764) se desarrollaba en las brumas de un tiempo y un espacio irreales. Lo novedoso de la novela de Stoker es que se situaba en un tiempo real, 1893, y una geografía reconocible. En una Europa convulsa y plena de descubrimientos en todos los ámbitos del saber humano se mezclaron los atávicos terrores de las viejas historias, con el miedo y la incertidumbre del cambio de siglo. Pero antes del “Drácula”, en 1816, ya se había publicado un cuento que se considera el fundacional de las narraciones vampíricas. Se trata de “El Vampiro”, de John William Polidori, médico y amante de Lord Byron…
Polidori tuvo una vida fugaz ya que se suicidó con tan sólo 26 años. El relato se gestó en la Villa Diodati y, según cuentan, la misma noche en que Mary Shelley ideó su “Frankenstein”. Pues bien, antes de eso, desde el siglo XII ya existía una leyenda sobre un conde reviniente -si me permiten el galicismo, en este caso más preciso que el castellano redivivo, que expresa algo inmaterial, un fantasma-. Esta es la historia del conde vampiro que nos cuenta la tradición oral catalana.
Para encontrar el origen de la leyenda del “vampiro catalán” tenemos que situarnos en las tierras de la Corona de Aragón a mediados del siglo XII y principios del XIII. Estamos en plena Reconquista y en las tierras del Pirineo, pertenecientes al Condado de Barcelona, se libraba una batalla contra el paganismo, la herejía y la brujería, muy abundantes en la zona. Se temía que los no cristianos se aliaran con los musulmanes del sur. Ya desde los tiempos de Berenguer IV había un noble que se había distinguido por la lucha contra los “moros” en el reino de Valencia. Había sido héroe en la batalla de Tortosa y se llamaba Guifredo Estruch.
Parece ser que Alfonso II el “Casto”, y su tutor el Obispo de Barcelona Guillermo de Torroja, le encargaron al conde la lucha contra el paganismo en las tierras del Ampurdán. Para ello le concedieron el castillo de Llers (Girona). Fue en estas comarcas del Alto Ampurdán donde el conde se distinguió por la persecución de la brujería y el paganismo. Las crónicas nos cuentan varias ejecuciones y hogueras que se encendieron contra las brujas en esta zona.
El conde murió asesinado sobre el año 1173, posiblemente envenenado por un capitán de su ejército llamado Benach que pretendía a su hija Nuria, que también murió envenenada. La cuestión es que coincidió el asesinato del conde con un año de malas cosechas y, sobre todo, con una epidemia que envenenaba la sangre de animales y personas. Quizás el cólera o la peste transmitida por las ratas. Si a esto añadimos desapariciones de personas y animales, ya tenemos el sustrato para la leyenda del conde no-muerto. En los pueblos empezaron a contar la historia de un anciano conde, víctima de la maldición de una bruja y que, como un apuesto joven, volvía del reino de los muertos para chupar la sangre de animales y payeses.
Fuere como fuere, la leyenda quedó en el imaginario colectivo popular y, durante siglos, los padres de esas tierras asustaban a las criaturas diciéndoles que vendría el conde Estruch. Las mujeres que sufrían un aborto natural o parían a sus hijos muertos, se decía que habían tenido trato carnal con el conde que podía tomar la forma de un íncubo. Incluso, en catalán, se dice tener mala o buena “estruga” o“astrugança” para referirse a la buena o mala fortuna.
Hay una hipótesis sobre el origen de esta leyenda que tiene visos de verosimilitud. En los Pirineos se refugiaron muchos cátaros venidos de Occitania huyendo de la persecución que esta herejía, para mí nueva religión, sufrió en el mediodía francés. Por los registros que se conservan se sabe que hubo familias con el apellido “Astruc”, un apellido de origen occitano. Quizás la leyenda vampírica fue una forma de demonizar y justificar la persecución cátara.
El apellido Estruch es de origen judío y, con diferentes grafías, existe en España y otros países. Parece que los judíos conversos cambiaban alguna letra del apellido para no descubrir su origen. Fueron los sefardíes los que llevaron este apellido por el mundo. “Astruc”, en su origen, significaba “afortunado por los astros”, y así eran llamados también los astrólogos. Es posible que este nombre fuera el de algún nigromante de la época. De hecho se dice que fue un cabalista judío el que acabó con la maldición del conde.
No tenemos ninguna documentación histórica sobre la existencia del conde Estruch, todo procede de la tradición oral. Se cuenta que la documentación que existía se perdió en las ruinas del castillo de Llers, que fue utilizado como polvorín y bombardeado por la Legión Cóndor durante la Guerra Civil. Es posible que el mito se construyera con datos de varias personas reales, como pasa con otros personajes legendarios como, por ejemplo, Robin Hood. Ahora bien, para que una leyenda cruce la historia durante tantos siglos, algo debió impresionar profundamente a sus protagonistas para que conservaran el relato y lo pasaran de padres a hijos. Si Bram Stoker hubiera conocido esta leyenda, la ruta de “Vlad Draculea” empezaría en Girona.
Polidori tuvo una vida fugaz ya que se suicidó con tan sólo 26 años. El relato se gestó en la Villa Diodati y, según cuentan, la misma noche en que Mary Shelley ideó su “Frankenstein”. Pues bien, antes de eso, desde el siglo XII ya existía una leyenda sobre un conde reviniente -si me permiten el galicismo, en este caso más preciso que el castellano redivivo, que expresa algo inmaterial, un fantasma-. Esta es la historia del conde vampiro que nos cuenta la tradición oral catalana.
Para encontrar el origen de la leyenda del “vampiro catalán” tenemos que situarnos en las tierras de la Corona de Aragón a mediados del siglo XII y principios del XIII. Estamos en plena Reconquista y en las tierras del Pirineo, pertenecientes al Condado de Barcelona, se libraba una batalla contra el paganismo, la herejía y la brujería, muy abundantes en la zona. Se temía que los no cristianos se aliaran con los musulmanes del sur. Ya desde los tiempos de Berenguer IV había un noble que se había distinguido por la lucha contra los “moros” en el reino de Valencia. Había sido héroe en la batalla de Tortosa y se llamaba Guifredo Estruch.
Parece ser que Alfonso II el “Casto”, y su tutor el Obispo de Barcelona Guillermo de Torroja, le encargaron al conde la lucha contra el paganismo en las tierras del Ampurdán. Para ello le concedieron el castillo de Llers (Girona). Fue en estas comarcas del Alto Ampurdán donde el conde se distinguió por la persecución de la brujería y el paganismo. Las crónicas nos cuentan varias ejecuciones y hogueras que se encendieron contra las brujas en esta zona.
El conde murió asesinado sobre el año 1173, posiblemente envenenado por un capitán de su ejército llamado Benach que pretendía a su hija Nuria, que también murió envenenada. La cuestión es que coincidió el asesinato del conde con un año de malas cosechas y, sobre todo, con una epidemia que envenenaba la sangre de animales y personas. Quizás el cólera o la peste transmitida por las ratas. Si a esto añadimos desapariciones de personas y animales, ya tenemos el sustrato para la leyenda del conde no-muerto. En los pueblos empezaron a contar la historia de un anciano conde, víctima de la maldición de una bruja y que, como un apuesto joven, volvía del reino de los muertos para chupar la sangre de animales y payeses.
Fuere como fuere, la leyenda quedó en el imaginario colectivo popular y, durante siglos, los padres de esas tierras asustaban a las criaturas diciéndoles que vendría el conde Estruch. Las mujeres que sufrían un aborto natural o parían a sus hijos muertos, se decía que habían tenido trato carnal con el conde que podía tomar la forma de un íncubo. Incluso, en catalán, se dice tener mala o buena “estruga” o“astrugança” para referirse a la buena o mala fortuna.
Hay una hipótesis sobre el origen de esta leyenda que tiene visos de verosimilitud. En los Pirineos se refugiaron muchos cátaros venidos de Occitania huyendo de la persecución que esta herejía, para mí nueva religión, sufrió en el mediodía francés. Por los registros que se conservan se sabe que hubo familias con el apellido “Astruc”, un apellido de origen occitano. Quizás la leyenda vampírica fue una forma de demonizar y justificar la persecución cátara.
El apellido Estruch es de origen judío y, con diferentes grafías, existe en España y otros países. Parece que los judíos conversos cambiaban alguna letra del apellido para no descubrir su origen. Fueron los sefardíes los que llevaron este apellido por el mundo. “Astruc”, en su origen, significaba “afortunado por los astros”, y así eran llamados también los astrólogos. Es posible que este nombre fuera el de algún nigromante de la época. De hecho se dice que fue un cabalista judío el que acabó con la maldición del conde.
No tenemos ninguna documentación histórica sobre la existencia del conde Estruch, todo procede de la tradición oral. Se cuenta que la documentación que existía se perdió en las ruinas del castillo de Llers, que fue utilizado como polvorín y bombardeado por la Legión Cóndor durante la Guerra Civil. Es posible que el mito se construyera con datos de varias personas reales, como pasa con otros personajes legendarios como, por ejemplo, Robin Hood. Ahora bien, para que una leyenda cruce la historia durante tantos siglos, algo debió impresionar profundamente a sus protagonistas para que conservaran el relato y lo pasaran de padres a hijos. Si Bram Stoker hubiera conocido esta leyenda, la ruta de “Vlad Draculea” empezaría en Girona.
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